Jorge Palacios Alvear
El debate presidencial en Ecuador se perfilaba como una oportunidad para que los candidatos demostraran solidez, propuestas viables y un entendimiento real de los problemas del país. Sin embargo, lo que presenciamos fue una sucesión de dimes y diretes, ataques personales y discursos carentes de sustancia, en los que la prioridad parecía ser desacreditar al adversario antes que presentar soluciones concretas.
El panorama político ecuatoriano no es ajeno a este tipo de espectáculos, donde los debates se convierten en una competencia de frases efectistas y no en un ejercicio de análisis profundo. Y en esta ocasión, no fue la excepción. El populismo estuvo presente en cada intervención, con promesas que, lejos de estar sustentadas en planes ejecutables, solo buscaban captar la atención de un electorado golpeado por la crisis y desesperado por un cambio.
El populismo: el recurso fácil para engañar al votante
El populismo ha sido la herramienta más utilizada en los últimos años por políticos de todas las tendencias. La táctica es sencilla: apelar a las emociones del ciudadano, señalar culpables, ofrecer soluciones mágicas y evitar hablar de costos y dificultades reales.
En este debate, los candidatos repitieron fórmulas gastadas, hablando de seguridad, empleo, salud y educación como si bastara con mencionarlas para resolverlas. No hubo profundidad en los análisis ni explicaciones sobre cómo ejecutar sus promesas dentro del marco legal y financiero del Estado. Se habló de «mano dura», de «más cárceles», de «reactivar la economía», de «cortar la corrupción», pero sin explicar cómo lo harían, con qué recursos o cuáles serían las implicaciones reales de sus propuestas.
El problema con este tipo de discursos es que no solo desinforman al electorado, sino que generan falsas expectativas. Y cuando las promesas no se cumplen, la frustración ciudadana aumenta, alimentando el ciclo de desconfianza en la política.
Andrea González: la excepción en medio del caos
Entre el ruido y la demagogia, una candidata logró diferenciarse del resto: Andrea González. Su intervención no solo se destacó por su tono más estructurado y analítico, sino porque logró mantener el enfoque en propuestas concretas, evitando caer en la teatralidad que dominó el debate.
Mientras otros candidatos se centraban en desacreditarse mutuamente o en repetir eslóganes vacíos, González intentó proyectar una imagen de liderazgo y racionalidad, apelando a la coherencia y la planificación en su discurso. Su enfoque no fue el de la promesa fácil, sino el del análisis realista de la situación del país.
No es casualidad que, tras el debate, González haya sido una de las candidatas con mayor impacto en redes sociales y en la conversación pública. En una contienda donde la mayoría de postulantes optó por el camino del populismo, su apuesta por un discurso más técnico y centrado en la viabilidad de sus propuestas le otorgó una ventaja diferencial.
El ciudadano, atrapado en el mismo juego político
El problema de fondo no está solo en los candidatos, sino en el sistema electoral y en la dinámica política que ha acostumbrado a los ciudadanos a conformarse con discursos vacíos.
El votante ecuatoriano, golpeado por la inseguridad, la crisis económica y la falta de oportunidades, busca desesperadamente respuestas. Y en ese contexto, muchos políticos aprovechan para vender falsas soluciones, sin importar que estas sean inviables o incluso ilegales.
Este tipo de debates deberían servir para informar y educar al electorado, permitiéndole tomar una decisión basada en propuestas reales. Sin embargo, lo que tenemos es un espectáculo vacío en el que los candidatos compiten por quién grita más fuerte, quién acusa con más agresividad o quién presenta la promesa más espectacular.
Los votantes merecen más. Merecen políticos que expliquen cómo van a financiar sus planes, cómo van a lograr acuerdos legislativos, cómo van a garantizar que sus propuestas sean sostenibles en el tiempo.
Qué sigue para Ecuador?
Con solo unos días restantes para las elecciones, los ecuatorianos se enfrentan a una decisión crucial. La pregunta es si esta vez votarán con base en propuestas serias o si volverán a caer en el juego del populismo.
Si algo quedó claro en el debate es que Ecuador necesita un cambio de cultura política, donde el debate de ideas sea más importante que el espectáculo mediático. Pero ese cambio solo vendrá cuando los ciudadanos exijan más de sus candidatos y rechacen la demagogia disfrazada de promesas electorales.
Porque al final del día, las palabras se las lleva el viento, pero las malas decisiones electorales dejan consecuencias por años.
Muy buen analisis estimado colega Jorge, nada nuevo qué pueda traer una verdadera esperanza a los través problemas qué tiene el país.