Jorge Palacios Alvear
Al llegar a Portoviejo para asistir a un homenaje al presidente de la Confederación Nacional de Periodistas del Ecuador Dr. Dumar Iglesias Mata, el destino me regala un encuentro inesperado. A la salida del terminal terrestre, entre el bullicio de vendedores y viajeros apurados, lo veo. Un hombre de unos 79 años, de piel curtida por el sol, mirada cansada y un aire de nostalgia que lo envuelve como un viejo abrigo. Allí está, sentado junto a su pequeño puesto, vendiendo agua de coco, atrapado en el lento compás del tiempo.
Me acerco, intrigado por la historia que parece llevar sobre los hombros. Con una voz pausada y profunda, me permite tomarle una foto y, poco a poco, su vida se despliega como las páginas de un libro olvidado. Me cuenta que en otro tiempo fue un mecánico cotizado, maestro del tren delantero, un artesano de los engranajes y los motores. Los clientes lo buscaban, su nombre era sinónimo de destreza y fiabilidad. Pero el tiempo, cruel e implacable, no tuvo piedad. Hace cuatro años, sus manos, antes firmes y seguras, se vieron obligadas a abandonar el oficio.
Ahora, su rutina es otra. Vende cocos y agua bajo el sol ardiente, contemplando la vida pasar como un espectador silente. Sus pensamientos lo arrastran a un pasado que aún arde en su memoria: las risas de su esposa, la calidez de un hogar que ya no existe, las promesas hechas y no cumplidas. Vive solo, casi en el olvido, con la única compañía de sus recuerdos. Sus sobrinos lo visitan de vez en cuando, pero no tiene hijos. Solo el eco de los días acompaña su andar.
Cuando cae la tarde y el cielo se viste de tonos anaranjados, monta su viejo triciclo. Con el peso del día sobre sus espaldas, pedalea siete kilómetros hasta su hogar. En cada vuelta de la rueda, revive su juventud, sus triunfos y sus fracasos, sus amores y desamores. Cada pedaleo es un viaje a lo que fue y ya no será. Pero hay un pensamiento que lo golpea sin tregua: qué comer hoy. Las ventas son escasas, la incertidumbre es su eterna compañera.
Es el ocaso de un guerrero, uno más de los tantos que pueblan nuestro Ecuador. Hombres y mujeres que entregaron su vida al trabajo, solo para encontrar, al final del camino, el abandono y la indiferencia. Un país que olvida a sus hijos cuando más los necesitan. Políticos que han cambiado la empatía por números en un informe, que solo recuerdan al pueblo cuando el voto es la moneda de cambio.
Pobre mi país, pobre Hispanoamérica, tierra de luchas y cicatrices. ¿Cuándo llegará el día en que la justicia y la equidad dejen de ser solo palabras huecas? Mientras tanto, el anciano sigue pedaleando, avanzando con la esperanza de que, tal vez, mañana sea un día mejor.
El pueblo marginado, sin salario digno y explotado, estos son los verdaderos soldados de la patria; los otros son soldaditos de plomo, jugadores de ecuavoley, auténticos contrabandista de las fronteras.