La figura de Luisa González ha vuelto a ubicarse en el centro del escenario político ecuatoriano tras una serie de episodios que han puesto en evidencia las crecientes tensiones internas dentro del movimiento Revolución Ciudadana (RC). Ex candidata presidencial y actual presidenta del movimiento, González se ha convertido en el rostro visible de las decisiones más recientes, incluyendo la polémica expulsión del asambleísta Sergio Peña.
Esta acción, interpretada por algunos como una demostración de autoridad, también ha encendido el debate sobre la solidez del liderazgo de González en un movimiento que parece navegar sin una brújula clara tras la derrota electoral de abril de 2025.
Rupturas, recriminaciones y un liderazgo bajo sospecha
La Revolución Ciudadana anunció la expulsión inmediata de Peña el 29 de mayo, acusándolo de deslealtad, oportunismo y traición. La decisión provocó reacciones internas y externas que evidencian fracturas cada vez más profundas en el correísmo. Peña respondió con dureza a través de su cuenta en la red social X, cuestionando el rumbo del movimiento y señalando a ciertos dirigentes como responsables de la pérdida de legitimidad: “Las manzanas podridas están a favor de la delincuencia”, dijo, al tiempo que calificó de “sectarias” a las voces dominantes de la organización.
La ruptura con Peña no es un hecho aislado. Se suma a la reciente confrontación entre el expresidente Rafael Correa y el alcalde de Guayaquil, Aquiles Alvarez, por la designación de su defensa legal. Ambos episodios revelan un movimiento sumido en disputas internas, sin mecanismos claros para canalizar el conflicto y con una cohesión cada vez más debilitada.
Correa desde el exterior, González en el centro
Para el analista político Jacobo García, la Revolución Ciudadana atraviesa un “shock” posderrota. Afirma que el liderazgo efectivo sigue residiendo en el expresidente Correa, desde el exilio: “Luisa es el alfil de Correa, la policía política del correísmo”, sostiene. Según García, la falta de autonomía política de González impide una renovación real dentro del movimiento y deja sin respuesta las tensiones internas que se han ido acumulando.
El vacío de liderazgo se ha hecho evidente en el Parlamento, donde, tras varios votaciones polémicas —incluyendo el respaldo de asambleístas correístas a un proyecto urgente del presidente Daniel Noboa—, González ha sido forzada a dar explicaciones sin mostrar una estrategia clara.
Una estructura fragmentada y sin dirección
La consultora política Grace Jiménez es aún más crítica. Considera que los recientes acontecimientos podrían marcar el final de la Revolución Ciudadana “como la hemos conocido”. A su juicio, González no ha demostrado liderazgo propio y ha actuado más como una operadora política que como una figura con visión de futuro: “Siempre ha sido una empleada del movimiento, no una militante con trayectoria”.
Jiménez compara la actual fragmentación del correísmo con la crisis vivida durante el gobierno de Lenín Moreno, cuando estalló el caso Arroz Verde. Sostiene que la falta de lectura política ha llevado al movimiento a perder terreno frente a un gobierno de Noboa que ha sabido posicionar a exmilitantes correístas en espacios estratégicos.
El desafío de reinventarse rumbo a 2027
De cara al próximo ciclo electoral, el mayor reto de Revolución Ciudadana será reorganizar su estructura interna y redefinir su discurso. Jiménez considera que el movimiento necesita una renovación no solo generacional, sino conceptual. Nuevos liderazgos como los de Jhajaira Urresta, Gissella Garzón o Paola Cabezas podrían abrir un camino, pero solo si logran desprenderse de la figura de Correa como eje central.
“La RC debe dejar de ser un culto al expresidente y comenzar a pensar en el país de 2025, no en el de 2009”, afirma. Para ello, sostiene, es indispensable reforzar los liderazgos locales —como los de los alcaldes Pabel Muñoz en Quito y Aquiles Alvarez en Guayaquil— y construir un frente que permita competir con el aparato político, mediático e institucional que ha consolidado el actual gobierno.
A menos de dos años de las presidenciales de 2027, el correísmo enfrenta una disyuntiva crucial: transformarse o desintegrarse. Y en el centro de ese dilema está Luisa González, una lideresa cuya autoridad se encuentra tan discutida como el rumbo del movimiento que representa.
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