Jorge Palacios Alvear
El enfrentamiento entre Israel e Irán no responde a los patrones clásicos de una guerra declarada. Se trata, más bien, de un conflicto no convencional, librado entre sombras, con operaciones encubiertas, ataques a través de terceros actores, como milicias y organizaciones armadas y una intensa guerra cibernética.
Uno de los principales argumentos de Israel y sus aliados occidentales es que Irán financia grupos considerados terroristas, como Hezbolá, Hamás o la Yihad Islámica Palestina, responsables de múltiples ataques contra territorio israelí. A ello se suma la preocupación por el programa nuclear iraní, que según Teherán es de uso pacífico, pero que despierta profundas sospechas en Tel Aviv, Washington y Bruselas.
Las tensiones escalan cuando se pone sobre la mesa una cuestión inevitable: ¿cuántas armas nucleares posee Israel? Aunque el Estado israelí mantiene una política de «ambigüedad estratégica» y nunca ha confirmado oficialmente tener armamento atómico, estimaciones del Stockholm International Peace Research Institute y de la Federación de Científicos Americanos indican que Israel cuenta con alrededor de 90 ojivas nucleares, según datos actualizados hasta 2024.
Irónicamente, Israel no ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, por lo que legalmente no infringe sus disposiciones. No obstante, este vacío jurídico no está exento de un debate ético. Israel sostiene que su arsenal es defensivo y disuasorio, mientras denuncia que un eventual Irán nuclear sería ofensivo, desestabilizador y una amenaza existencial.
Más allá del enfrentamiento ideológico y militar, este conflicto tiene un trasfondo económico y geopolítico de enorme alcance. Irán es un actor clave en la producción de petróleo y gas, y cualquier escalada en la región puede repercutir directamente en los precios globales de la energía.
En este escenario, las sanciones internacionales han debilitado profundamente la economía iraní, lo que ha empujado al país a fortalecer sus lazos con potencias como Rusia, China y Venezuela, en un esfuerzo por romper el cerco occidental.
Uno de los movimientos más significativos en este sentido es la creación del Corredor Ferroviario China–Irán, una pieza central en la renovada Ruta de la Seda. Esta ruta terrestre comienza en Xi’an (China) y atraviesa Kazajistán, Uzbekistán y Turkmenistán, hasta llegar al puerto seco de Aprin, cerca de Teherán, cubriendo unos 10.400 km.
El 1 de junio de 2025, llegó el primer tren de carga a Irán por esta vía, reduciendo el tiempo de transporte de mercancías de 30 a 40 días por mar a apenas 15 días por tierra. Esto no solo optimiza las exportaciones iraníes de petróleo hacia China, sino que permite sortear rutas navales controladas por EE. UU., como el estrecho de Malaca, eludiendo sanciones y vigilancia militar internacional.
En mayo de 2025, delegaciones de Irán, China, Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Turquía se reunieron en Teherán para acordar tarifas unificadas y protocolos operativos, en un paso decisivo hacia la consolidación de una red logística independiente de Occidente.
No menos relevante es la posición estratégica de Irán sobre el Estrecho de Ormuz, paso obligado para casi el 20 % del petróleo mundial. Aunque se trata de un canal internacional, la presencia dominante de Irán en la zona le otorga un poder de facto que preocupa a Occidente. La amenaza frecuente pero nunca concretada de cerrar el estrecho en caso de conflicto, representa un factor de presión geoeconómica sin precedentes.
Todo este rompecabezas regional tiene raíces profundas. El 15 de mayo de 1948, al día siguiente de la declaración de independencia de Israel, cinco países árabes Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak invadieron el naciente Estado judío, dando inicio a la Primera Guerra Árabe-Israelí. Desde entonces, las tensiones entre Israel y el mundo islámico radicalizado han sido una constante en la historia del siglo XX y XXI.
Este no es un conflicto limitado a dos países. Es una disputa que afecta la seguridad global, el suministro energético, la estabilidad de Medio Oriente y el equilibrio de poder mundial. La pugna entre Israel e Irán una democracia tecnificada y una teocracia revolucionaria es, al mismo tiempo, una lucha ideológica, militar, económica y geoestratégica.
Saque usted sus propias conclusiones, estimado lector. Lo cierto es que el mapa del mundo se está redibujando… y esta historia aún está lejos de terminar.
Muy bueno su artículo, Jorge. Lo felicito!